lunes, 25 de marzo de 2013

De esas cosas que me provocan escribir

Un día, mientras intentabas quitarte toda la grama pegada a tus piernas luego de un largo rato de ver el cielo y pensar millones de cosas, decides mirarme a los ojos y decir que me quieres, que esperas hacerme feliz y que te encanta mi sonrisa; yo volteo, pongo esa cara de idiota que tanto sé hacer y no digo nada, como siempre.
Luego caminamos por esas calles del este que tanto me gustan, viendo cómo los semáforos se ponen de acuerdo para hacerle la vida imposible a los desafortunados que decidieron andar en cuatro ruedas. Me tomas de la mano y te pido disculpas por temblar. Te ríes descaradamente de mí y simplemente decido reír también.
Me detengo a mirar aparatos tecnológicos que no podríamos comprar ni trabajando dos años juntos. Nos quejaremos por dos cuadras completas de nuestra mísera vida de trabajadores proletarios y lo olvidaremos con un rico pedazo de pizza. Me hablarás del fulano aquél que unos meses antes te hizo llorar, y yo te volveré a contar alguna anécdota que pasé con la que un día me quiso y que luego detestó mi forma de comer; te reirás de lo patética de mi situación y me preguntarás por el libro que cargo en la mano, para cambiar el tema luego de una larga disputa entre tu sí y mi no a la pregunta "¿Todavía duele?". Te diré que es la vaina más arrecha que alguien haya podido leer y te mostraré mis tatuajes. Dirás que soy un enfermo hasta que te muestre la marca de Tati, lo que te hará soltar una lágrima de esas que enternecen y me hacen sentir que de pana eres tú, mi pana.
Luego suena la alarma del reloj y despierto con mi gata acostada encima de mí, con su ronroneo matutino de "vete a trabajar, vuelve por donde volviste, el cielo no existe".

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